En Colombia, mi país, no se desperdicia nada cuando de matar una res o
un marrano (cochino, cerdo, puerco) se trata. Entre la carnita, que valga la
pena decir me gusta bien pulpa (sin grasa), el chicharrón (hasta ahí llega mi
gusto), las patas, pezuñas, oreja, trompa y hasta cola, se arma un festín. Bofe
(que nunca supe que era), hígado, corazón, chunchurria ó chunchullo, morcilla,
etc, no sólo hacen parte del estudio de los órganos de los animales sino, el
menú que por muchas generaciones ha levantado hasta muertos a punta de sopita y
carne. Y, ¿al final que queda del
animal? Los huesitos que van a dar a la gelatina y uno que otro pedacito pa’ la
basura donde los gallinazos (ave carroñera
prima del ave nacional, al cóndor) se da un banquete.
Que me perdone Dios por la comparación pero lo que acabo de describir,
es prácticamente lo que muchos están haciendo del cuerpo de Cristo. Cuando la
gente necesita a Dios, va y le ruega, como perro pedigüeño y garoso, y tan
pronto la respuesta a sus gruñidos y ladridos desesperados son correspondidos,
se dan por satisfechos, sin ni siquiera
mover la cola en agradecimiento y se van lejos a ruñirse el hueso carnudo para
luego perseguir a sus semejantes con ganas de otras cositas, así ya tengan dueño.
Esto aplica a quienes creen en Dios, a quien dicen creer y a quienes, con ánimo de conservar lo confortable
de sus vidas, cambian lo que Jesús nos enseñó, siguiendo sólo las partes que
quieren seguir. Ahora hay más iglesias que gente: bautistas, presbiterianos,
católicos, luteranos, anglicanos, universalistas, budistas, taoístas, judíos,
musulmanes, bahaístas, paganos, masones, pentecostales, etc, etc, etc. Es tanta
la variedad en el “menú” que la gente no sabe qué hacer y termina escogiendo un
culto sin sentido al no ver la realidad del cristianismo.
Pero la idea de Dios es muy diferente. El cuerpo de Cristo está formado
por cada uno de nosotros, los creyentes (pasados, actuales y futuros) con Jesús
a la cabeza. Cada uno es parte fundamental de este cuerpo porque un ojo no
puede ser oído y un oído no puede ser mano. Cada uno ha recibido de Dios un(os)
don(es) y cualidades individuales que
hacen del cuerpo un solo ser. Pero si un pie, resulta ser un padre de familia
con esposa e hijos, y si no se ha divorciado todavía que es tan común hoy en
día, se lleva a sus deditos (hijos) con él a otra parte, pues será un pie que
además de no servir para nada, por no estar pegado al cuerpo, condena a quienes
arrastra con él, que incautos e inocentes, se alejan de su salvación. La desunión,
la división del cuerpo, ha hecho débiles a los hombres, y como el diablo es
como un león que acecha, hiere, mata y destruye, se arma su propio buffet con
el permiso de los incautos “rebeldes” que decidieron negar la realidad de
Cristo. Nosotros, los que todavía queremos seguir siendo parte de Cristo,
tenemos una gran responsabilidad. Debemos ser testigos de Dios y su amor a
través de la muerte y la resurrección de Jesús amando a todos, incluso más a
quienes nos ofenden (como dice el Padre Nuestro que tantos repiten a diario sin
siquiera pensar en lo que dicen). Así que si vos sos una de esas manos, o pies,
o estás tan llevado que crees que sos el rabo, pues caé en cuenta de que (y
está bien usado el “de que”), sos importante; el cuerpo de Jesucristo te
necesita, porque Dios te hizo único e irrepetible,
Dios te ama así lo querás negar. Jesús murió por vos, SÍ, ¡POR VOS!
Dejemos esta carnicería y volvamos Cristo para disfrutar en la eternidad
del banquete que Él tiene preparado para nosotros.
¡Que Dios los bendiga!
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